domingo, 18 de noviembre de 2012

Miedo y Política

Artículo publicado en "Noticias de Almería". y en ALMERIA360

Si hay un sentimiento poderoso en el ser humano, ése es el miedo. La política ha usado el miedo como movilizador social o como simple elemento legitimador del poder. Ya lo dijo el filósofo Thomas Hobbes (1588-1679), “el hombre es un lobo para el hombre” y, como tal, es él mismo el que, supuestamente, decide pactar la anulación de su libertad a favor de un régimen absolutista. Hobbes establecía que el miedo a la libertad de los demás, a que nos hagan daño, al caos, justifica que decidamos no querer ser libres. El miedo se convirtió así en una variable imprescindible en la teoría política, en contraposición a las ideas de otros filósofos que llegarían después -entre ellos, Rousseau (1712-1778)-, que establecían que el ser humano es bueno por naturaleza y que son las instituciones y la sociedad las que lo pervierten.

Más tarde, un pensador que suelo leer con cierta frecuencia, Erich Fromm (1900-1980), escribió un ensayo sensacional que animo a todo el mundo a conocer: “El miedo a la libertad”. ¿Cómo justificamos que la población apoyara masivamente la llegada del nazismo? ¿Y el que los ciudadanos vean con buenos ojos que en ocasiones se restrinja su propia libertad en nombre de la seguridad? Fromm explica que la libertad, ese concepto tan importante en el devenir de nuestra existencia, provoca angustia. Si bien en los regímenes feudales y anteriores el ser humano tenía un lugar adquirido por nacimiento, la llegada del liberalismo y la democracia burguesa situó al individuo en la tesitura de tener que buscarse por sí mismo un futuro. La libertad, estado anhelado y perseguido durante siglos, también puede convertirse en un elemento que provoca vértigo y, si a eso le sumamos estados de crisis económicas y elevados grados de frustración, el cóctel que obtenemos es totalmente impredecible.

Y así llegamos a nuestros días. Pido un ejercicio de reflexión. Piensen ustedes en las veces que se nos intenta asustar desde el poder. ¿Salir del euro? Una catástrofe. ¿La independencia de Cataluña? Un caos. ¿Que no se hagan recortes ni se pague la deuda? El apocalipsis. ¿Hacer huelga? Una imagen nefasta del país. Y así un largo etcétera. Cada vez que surgen ideas que van contrarias al statu quo, se esté o no de acuerdo con ellas, escucharemos a muchos decir que, si se llevan a cabo, será el final de nuestros días. El miedo se torna así, de nuevo, en un elemento político, llevándonos, por tanto, a esa eterna dicotomía entre la libertad y la seguridad que tanto gustó a autores de ciencia ficción, como George Orwell. El escritor británico, en su obra magna “1984”, nos presenta un mundo dictatorial protagonizado por unos ciudadanos que escuchan constante y machaconamente la frase “la libertad es la esclavitud”. Desde luego, era un régimen antiutópico creado a base de terror y de ignorancia, pero muchos de los elementos que están expuestos en la novela ya se desarrollaron, en cierta manera, en los regímenes totalitarios. Orwell estaba más cerca de la realidad que muchos científicos sociales.

A modo de conclusión, me acuerdo de esa definición de política que aprendí hace años y que la establecía como la canalización pacífica de los conflictos para su resolución. Si la política no ejerce su labor, el miedo acecha como una nube oscura todo el debate. Hay que despistar, hay que generar miedo al cambio y falsas esperanzas. Si no hacemos nada, todo se resolverá gracias a la sapiencia de los gobernantes, por lo que yo pienso lo siguiente: menos miedos y más soluciones. Pero, claro, ésta no es más que mi opinión.

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