jueves, 10 de noviembre de 2016

El mundo cambia alocadamente: Trump es consecuencia, no causa.


Fuente de la imagen:Wikipedia
Antes de nada. ¿Nos acordamos de Berlusconi?
Es evidente que hay un malestar socialque explicaría la victoria de un showman como Trump. Este personaje es consecuencia, no causa. Un hombre hecho a sí mismo, un outsider triunfador que gusta tanto a los estadounidenses, pero que dice abominaciones.  Tampoco se entiende que la presidencia en los EEUU pase de padres a hijos y de esposos a esposas, como si fuera una especie de monarquía. Clinton no enamoraba, recordaba lo peor de la política, del orden establecido, de la casta (si se me permite la palabra). Es difícil encajar que después de Obama se vote a algo tan distinto, por mucho que se quieran meter en el mismo saco al primer presidente negro de la historia de EEUU, un candidato que en su momento también fue antiestablishment, y al  candidato republicano. Las democracias occidentales muestran fatiga, es evidente, pero a cualquier precio no podemos hacer estallar todo por los aires. O se reacciona buscando las causas, o volveremos a vernos en el mismo contexto que la Europa de entre guerras.

El mundo cambia a velocidades lumínicas. Cambios tecnológicos, miedo a perder lo poco que se tiene, desesperación al perder lo que se tenía, reivindicación de identidades locales y nacionales en un mundo global y un largo etcétera. Como decía Anthony Giddens en “Un mundo desbocado”, el estado es demasiado pequeño para pelear en un mundo interconectado, pero demasiado grande para solucionar problemas locales.  El incremento de sensación de riesgo, enterminología de Urich Beck, provoca una incertidumbre en la población que desencadena fenómenos de lo más diverso. Trump, entre ellos.

El descontento de las clases populares, principalmente del hombre blanco estadounidense molesto por la destrucción de puestos de trabajo y los acuerdos de libre comercio[1], se ha canalizado hacia Trump. El discurso racista y machista del líder republicano no ha conseguido movilizar al voto contra sí mismo aupando a una candidata Clinton que, de por sí, era mala apuesta. Es como si se presentaran dos opciones: cambiar, no se sabe hacia dónde, o seguir igual. La gente ha votado cambiar. Veremos cómo termina esta película.

¿Bernie Sanders hubiera conseguido mejores resultados? No sabemos, pero, en un futuro, el partido demócrata terminará liderado por un candidato similar, radical para algunos, pero con capacidad de conexión con una población hastiada de las mismas políticas. Y esto es así porque a Trump su discurso sin eufemismos y sin ambages le ha servido. Ha arrastrado candidatos moderados y radicales. Si a ellos les funciona, ¿por qué no al partido contrario? Seguramente las primarias del Partido Demócrata las ganó Clinton porque había gente que consideraba que cuanto más de derechas, más posibilidades había de captar voto republicano. Se equivocaron. Por lo menos, en parte.

Hay mucha relación entre el Brexit y la victoria de Trump: un fuerte rechazo al multiculturalismo unido por ese malestar generado como consecuencia de la precariedad laboral y la desigualdaden esto que se llama globalización. Pero, ¿tan mal están en EEUU tras Obama? ¿Es la situación tan extrema como para votar a un millonario que ha quebrado unas cuantas empresas y es famoso por organizar los certámenes de Miss Universo y participar en un programa televisivo como El Aprendiz? Su discurso proteccionista y antiinmigración no tiene nada que ver con la visión neoliberal de muchos miembros de su partido.  ¿Qué eso de Make America Great Again? ¿Quieren volver a los años 50 del siglo XX?

El aumento de la desigualdad, como ya esbozó Stiglitz, tiene un carácter importante en los problemas sociales a los que nos enfrentamos. Pero nos queda aún más camino que recorrer.

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